Siempre supe que el arte vivía en mí, aunque no sabía cómo darle voz inicié con unos cactus y unas macetas. Estudié Derecho porque quería un mundo mejor, pero algo en mi corazón me decía que mi verdadero propósito estaba en el arte. Cuando me dejé llevar por mi pasión y decidí estudiar pintura en la Escuela Distrital de Artes (EDA) en Barranquilla, fue como si todo hubiera encajado. Descubrí que el color era mi lenguaje, y desde ese momento supe que mi vida cambiaría para siempre.

Hubo momentos en los que sentí miedo, pero cada paso valió la pena. Decidir dejar la seguridad de la abogacía y sumergirme en el arte fue un acto de fe, una entrega total a lo que mi corazón sabía que debía hacer. Ser seleccionada para festivales internacionales, trabajar con marcas que compartían mi visión y ser embajadora de Oro Color fueron sueños hechos realidad. Cada uno de esos momentos me recordó que el esfuerzo y la pasión abren puertas que jamás imaginamos.

Mi corazón se nutre del mundo. Como artista viajera, cada país, cada cultura, cada persona que encuentro en mi camino me inspira a crear algo único. He aprendido que no hay fronteras para el arte, que a través de los colores puedo contar historias universales. Cada viaje es una nueva oportunidad de aprender, crecer y compartir mi visión del mundo con aquellos que se cruzan en mi camino. Ser artista viajera no es solo una forma de vida, es una forma de ser